Eduardo Beltrán y García de Leániz / Almazán
Estos últimos días he estado subiendo asiduamente al desván de la casa de mis padres en donde tenía mi antiguo estudio de pintura, el cual ocupaba una parte de la buhardilla. Ha sido un reencuentro inolvidable con aquellos años de niñez y juventud, despertando sensaciones ya olvidadas. Allí estaban mis viejos dibujos, las ceras y mis primeros cuadros al óleo, que firmaba "Edy". Todo un descubrimiento.
El desván era el sitio perfecto de la casa para estar aislado y sin injerencias externas, donde conseguía esa soledad y tranquilidad que todo pintor necesita. Era un lugar mágico para mi. Sigue siendo un lugar mágico. Aquí surgió mi pasión por el arte. Rodeado de muebles antiguos y toda clase de objetos y artilugios inservibles o desechados por viejos, este lugar se convirtió en el refugio de muchos momentos en los que el recogimiento era esencial para sacar adelante proyectos e ideas.
Las baldosas de terracota y las maderas de pino que cubren el suelo y el techo fueron testigos mudos de tantos años de búsqueda, en los que la energía y la voluntad por pintar fueron decisivas en mi obra.
Entre el polvo y alguna que otra telaraña, empecé a destapar viejos vestigios de ese pasado pictórico. Unos tubos secos de óleo, cajas llenas de pinturas de cera "Manley", antiguos lienzos sin terminar, marcos deteriorados, difuminos y lapiceros despuntados, cajas de acuarelas desgastadas, viejos libros por todos los lados, ... y muchos dibujos y bocetos al carbón. También retratos a la cera y algunos óleos sobre lienzo.
Varias exposiciones salieron de las paredes de este estudio, empezando por la primera en 1977, siendo apenas un adolescente.
Era un placer pintar en este lugar, sobre todo a partir del comienzo de la primavera, cuando llegaban las golondrinas, que tenían y siguen teniendo sus nidos de barro en los aleros del tejado, y cuyo piar se dejaba sentir en todo el desván. También las cigüeñas, con su característico claqueteo, dejaban su impronta en el nido que tienen en la torre de la Iglesia de Santa María, y que puedo ver desde una de las claraboyas del tejado.
La tenue luz del temprano atardecer de primeros de noviembre se colaba por las lucernas, las botellas desnudas de los garrafones lanzaban destellos de otros vivencias, los cestos deteriorados por el paso inexorable del tiempo seguían abandonados,...todo eran evocaciones de épocas ya lejanas. Pero su recuerdo siempre permanecerá en mi memoria.
Parece que estoy ahora escuchando a mi madre subiendo por las empinadas escaleras, y preguntándome qué tal iba el nuevo cuadro.
Era mi viejo estudio.
Almazán, 2 de noviembre de 2014