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martes, 27 de febrero de 2018

El expolio de mi vida

Eduardo Beltrán García de Leaniz / Madrid


Todo se le puede arrebatar a una persona, pero hay algo que nunca podrán quitárselo, me refiero a la elección de cómo una persona puede enfrentarse a las condiciones que le ha tocado vivir, sobre todo en momentos difíciles, poder elegir cómo quieres seguir adelante, con dignidad, siendo tu mismo, sin interferencias.

Sumergirte en las terapias alternativas, la medicina integrativa, sin los devastadores efectos secundarios de los tratamientos de la medicina tradicional, es una decisión perfectamente válida. Y en ese dilema me encuentro, a dos meses vista de terminar la quimioterapia y empezar de nuevo con otro tratamiento agresivo como la radiología terapéutica (qué nombre más atractivo se han inventado para dejarte el cuerpo hecho un espetón).

Desde el primer momento, nada ha sido como yo esperaba, quizá no tuve tiempo de pararme a pensar en lo que se me venía encima, todo fue demasiado deprisa. Se me asignó un oncólogo, pero mi gran decepción ha sido creer en esa especial relación que debería establecerse entre médico-paciente en casos como estos, como tantas personas me han hablado. Tener una persona de referencia en quien apoyarte durante este largo peregrinaje, una mínima complicidad, esa sutil palabra de aliento, un par de minutos dándote algún consejo en momentos de debilidad,... Desde que entré en las sesiones de quimioterapia, casi cada lunes me recibe un oncólogo diferente. Ya he sido atendido por 10 oncólogos en todo este tiempo, lo cual imposibilita totalmente el establecimiento de esa conexión necesaria. Me pregunto si sólo somos unas simples máquinas sometidas a protocolos estrictos.

Deshumanización es la única palabra que se me viene a la mente.

No se como funciona el Servicio de Salud en los Hospitales españoles, pero no creo que sea bueno para los pacientes que cada vez que vayas a una sesión de quimioterapia te atienda un oncólogo diferente. 

Me he dado cuenta en todos estos meses que los pacientes de oncología somos meros números (y no hablo sólo metafóricamente, sino que nos pasamos también todo la mañana cogiendo numeritos). Unos cuerpitos desencajados y estropeados esperando en la cola de la desesperación, la tristeza y el sufrimiento.

Pero subsistimos, gracias a nuestra fuerza y al apoyo de las personas que nos acompañan al suplicio. Hacemos frente a la adversidad con todas nuestras escasas energías, luchamos, y seguimos luchando semana tras semana a pesar de tener las venas de los brazos devastadoramente destrozadas, y que nadie se equivoque, no queremos dar pena, sino fuerza y esperanza de vida. Y es aquí donde la mente juega un papel esencial, y esto si que es importante. Dominar los malos momentos con nuestra mente es de vital importancia para poder sobrellevar todo esto, aunque muchas veces la propia mente nos juega malas pasadas y hay que superarlas también.

En ningún momento se me ocurriría criticar la gran profesionalidad y buen hacer de todos esos oncólogos que me han atendido, pero a veces una simple palabra de ánimo podría haber hecho más que milagros. Y la verdad, me hubiera gustado escribir un post en el que hubiese podido dar fiel testimonio de esa imprescindible relación con tu médico, del día a día en su consulta,  de sus consejos y de mis miedos, de su comprensión y de mi impaciencia,... pero lamentablemente no ha sido posible.

Cuando más reveses te da la vida, más luchas hasta el final,  pase lo que pase...



Lo que siento cada vez que voy al Hospital


viernes, 16 de febrero de 2018

Ramas de un mismo árbol

Eduardo Beltrán García de Leaniz / Madrid


Mi relación con los árboles se debe a mis continuas incursiones en bicicleta cuando era adolescente por los pinares y bosques de Almazán y alrededores, en la más austera Meseta Castellana soriana, internándome y explorando esos paisajes que en esa época aún existían en todo su esplendor, sin que el progreso humano hubiera dejado todavía su huella.


Vastas extensiones de pinares, encinares, quejigos,... fueron los confidentes de mis sentimientos en aquellos años. Y mi bosque favorito, camino del Cubo de la Solana, era donde más solía perderme, y en donde siempre me reencontraba con mis bandadas de abejarucos, infinidad de mariposas multicolores revoloteando a mi alrededor, el chirriar desbordante de las cigarras en las copas de los pinos, o me cruzada con alguna pequeña manada de corzos que venían de abrevar en el río Duero.


Pero si había algo de lo que realmente no podía prescindir era, además de mis árboles, del aroma embriagador que invade todo el bosque. Esas fragancias a tomillo, pino, jara, espliego,... hierbas que bajos los efectos del calor del verano  hacen más intensos sus perfumes.

Una paz infinita, el silencio, el silbido del viento, descubrir en soledad, el aislamiento que te produce estar rodeado de miles de pilares arbóreos ( https://eduarlea.blogspot.com.es/2014/07/the-pillars-of-forest.html  ) que te rodean, el caos verde como lo llamaba John Fowles, las interrelación de las distintas formas de vida que pueblan el bosque. Siempre que paseaba por estos parajes  me daba cuenta de la grandeza e inmensidad de la Naturaleza, haciéndome ver que todo confluye a su alrededor y a su creación, y sigue todavía sobreviviendo a pesar de la actitud agresiva de nuestras sociedades humanas hacía ella.

Todo ello influyó poderosamente en mi forma de pintar, prescindiendo de oficios y técnicas que se aprenden, solamente mi personalidad de pintor y la expresión mas sincera de mi sensibilidad y creatividad, que es, al fin y al cabo, lo que hace única una obra de arte. Esto me enseñaron los árboles en aquellas vivencias iniciales que tuve de adolescente.

Es imposible atrapar la naturaleza en un lienzo, imposible imitarla, mis obras sólo tratan de comunicar lo que siento al contemplarla. Y mis árboles son una muestra fiel de ello, me gusta verlos estáticos, atormentados, alegres, solitarios, frondosos, secos, jóvenes o avejentados,... pero siempre llenos de vida, color y luz.

Terminaré con unos versos de Pablo Neruda,  unos versos que hago míos:

una hoja
que me cayó en el pecho,
una hoja del árbol
de la vida
que hizo nido y cantó,
que echó raíces,
que dio flores y frutos.




Bocetando "El árbol de la vida" ayer mismo.