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jueves, 19 de octubre de 2017

Cuando el destino cambia tu vida

Eduardo Beltrán García de Leaniz / Madrid

Desde mi habitación observo el entorno, el sol entrando por la ventana e iluminando mi cara, las sencillas camas blancas de la habitación, el ir y venir del personal sanitario, sentado en un sofá azul de escay oteo el horizonte, las cuatro torres enfrente, el cielo azul de una mañana templada del final del verano madrileño, sensaciones. Saboreo el momento, sin pretensiones, sin planes,  sólo el aquí y el ahora. Y esperando. Es lunes 18 de septiembre.

Si durante los últimos tres años he ido retrasando todos mis proyectos pictóricos y exposiciones internacionales por tantos motivos familiares, como la prioridad de proteger a mi madre, ahora que por fin estaba llegando la ocasión para poder dedicarme a mi pintura y a mi propia vida, el destino me ofrece la más dura de las pruebas,  vistiendo su forma más dramática, injusta y cruel.

No puedo decir que mi cuerpo no me haya estado avisando durante todo ese tiempo de que algo estaba empezando a ir mal y que tenia que parar. Preocupaciones, enfrentamientos, ansiedad, estrés, discusiones,... 

El 19 de septiembre, dia de mi cumpleaños, a las 8:00 de la mañana entré en una sala heladora con dos enormes estrellas luminosas en el techo, tranquilo, sereno, sin miedo, positivo, consciente de la importancia del momento, me dormí al llegar al cinco, y a las 21:30 de la noche me sacaron. Doce horas y media de intervención Whipple, que, sin embargo, no hicieron mella en mi fuerza, pues desperté al poco tiempo, y allí estaba a mi lado mi pareja (no quiero ni imaginar lo que tuvo que pasar solo durante tantas horas de espera), también estaban mi cuñada Mireya y mi sobrino Carlos.

A partir de entonces, el sufrimiento y el dolor se apoderaron de todo mi ser, consiguiendo  cambiarme, pero no derrotarme. Mi fuerza por aferrarme a la vida, junto a la fortaleza de mi cuerpo, hicieron que pudiera continuar adelante, a pesar de tanto dolor, pena, sufrimiento e impotencia. El apoyo y la compañía inseparable de Juan Diego hicieron el resto.

También he intentado aferrarme a la resiliencia como poder de resistencia psicológica para hacer frente a este cambio tan brusco y traumático que me ha traído la vida, pero yo soy más visceral, me guío más por instintos, emociones, energías.

He experimentado durante estos dos últimos meses tantos sentimientos contradictorios, de frustración, de impotencia, de incredulidad, de rabia, de injusticia, ... tambien de paz. He llegado a pensar que todo era fruto de un mal sueño, una pesadilla, y que despertaría en cualquier momento y volvería a sonreír, y ya lo creo que desperté, pero lleno de tubos, mascarilla, oxigeno, vías, palomillas, morfina, goteros, grapas, agujas, sondas, drenajes, ... todo mi cuerpo lacerado y escarnecido.

Lo soporté todo.

Diez días después ya estaba fuera del edificio blanco debido a la buena evolución, un corto periodo de tiempo, inusual me dijeron para una intervención como esa,  pero mi  naturaleza no me abandonó.

Otra cosa es la larga recuperación, y en esto andaba hasta que recibo la última noticia:  el próximo lunes empiezo una nueva andadura, otra terapia, más incertidumbre, más turbación, más desasosiego, más preguntas, más agujas,...  bueno, por lo menos es sólo un día a la semana. 

En fin, luchador hasta el final, con sinceridad y valentía.

Mis más profundo agradecimiento a todas esas maravillosas personas que han estado constantemente pendientes de mi estado y se han preocupado por mi. Gracias por vuestra energía y vuestro valor.