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domingo, 19 de agosto de 2012

Visitando el Cañón del Río Lobos

Eduardo Beltrán y García de Leániz  /  Madrid


Escapando de los rigores del verano madrileño, tomamos rumbo en dirección norte, y atravesando la orografía más antigua de la Península Ibérica, constituida por la Meseta Central, llegamos a un lugar donde parece que el tiempo se ha detenido de golpe, ofreciéndonos un espectacular deleite para unos sentidos ya de por si atrofiados por una vivencia urbanita que venimos arrastrando como un lastre. Encontrarse en plena naturaleza virgen, donde el silencio sólo se rompe por el trinar de las innumerables aves y el canto de las cigarras, y algún balido que otro de algún rebaño cercano de ovejas, es por sí solo un bálsamo para nuestras vidas agobiadas. Y qué decir de los aromas que nos ofrendan estos montes: tomillo, espliego y salvia.


La llegada al cañón, a través de un sendero franqueado de sabinas, pinos y encinas,  nos sorprende por la visión en una pradera de un enclave románico tardío de principios del siglo XIII, la ermita de San Bartolomé, con un gran simbolismo, la cual formada parte de  un cenobio de los templarios del que sólo se conserva la capilla. Este hecho nos agita la imaginación de inmediato, recordando los innumerables misterios que la Orden del Temple nos ha dejado sin descubrir hasta su extinción definitiva con su último Gran Maestre, Jacques de Molay, en 1314. 

Esta ermita se integra perfectamente con la naturaleza, su planta es de cruz latina y posee un sobrio ábside con pilastras de columnas y arcos de medio punto. También tiene algún elemento gótico. Y me gustaría destacar como elemento arquitectónico el óculo hastial o rosetón, compuesto por una estrella de cinco puntas que da lugar a un pentágono entrecruzado por cinco corazones, todo ello dentro de un círculo. ¿Connotaciones esotéricas? Y qué decir de esos dos troncos de olmos centenarios que casi enmarcan el ábside.

Los enormes farallones de calizas mesozoicas que surcan ambos lados del río, fruto de la erosión constante de la fuerza del agua, dejan al descubierto enormes cuevas, grutas y simas, teñidas de colores óxidos rojizos que dan la sensación de ser gigantescos colosos durmientes sobre una fronda verdosa.

Adentrándonos ya en el cañón, dejando a un lado la Cueva Mayor (en cuyas paredes se pueden apreciar inscripciones neolíticas), siguiendo el curso del Lobos, cuyas aguas están pobladas de nenúfares y eneas,   lo más llamativo es la escasa cantidad de agua que lleva el río. Cabe recordar que en esta época del año, el río suele tener tramos secos debido a la escasez de lluvias en verano. Pero, no así deja de tener esas maravillosas pozas de agua cristalina cuajadas de flores de nenúfares, entre las cuales se pasean infinidad de pececillos y las ranas sestean al sol, y que invitan a una recreación sensorial y a un descanso en sus orillas bajo la sombra fiel de  alisos, sauces y chopos. Descansar en estos remansos de paz es todo un placer.

Hay varias rutas que se pueden seguir, nosotros tomamos el sendero que llega hasta el Puente de los Siete Ojos, y que está a 14 kilómetros, divisando en todo momento las altas cornisas escarpadas del cañón. Las rocas, las montañas y los árboles son elementos mágicos que siempre han ejercido una gran atracción para mí. Con lo cual, la seducción está asegurada.

Y otro de los grandes alicientes de este paraje, es que en todo momento están volando sobre nuestras cabezas decenas de buitres leonados y alimoches, cuyos nidos pueblan estos roquedales. No tuvimos tanta suerte divisando águilas, halcones y azores, que también habitan en este entorno. La fauna, la flora y la geología de este lugar se unen en una perfecta armonía para cautivarnos totalmente.

Al fin, llegamos a nuestro destino, el Puente de los Siete Ojos, y la vuelta de otros 14 kilómetros no se hizo nada pesada, más al contrario, conseguimos disfrutar todavía más de estos recónditos paisajes, deteniéndonos a refrescarnos en los innumerables tramos del río revoloteados por multitud de mariposas y libélulas, y contemplando con mayor detenimiento los enebros, esos árboles-arbustos con una madera aromática y cuyas bayas se utilizan desde tiempos inmemoriales para remediar no pocos males.

Nuestra última parada fue subir a las imponentes terrazas del cañón, desde donde se puede apreciar una magnifica panorámica de los inicios del cañón, ya al atardecer. Y la sensación fue de plenitud completa.

El Parque Natural del Cañón del Río Lobos, una explosión de paz y quietud que alimenta nuestra alma y enriquece nuestra vida. Si vivimos caminando dormidos, aquí lograremos despertarnos.




Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012



Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012


Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012


Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012



Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012



Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012


Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012

jueves, 2 de agosto de 2012

Impresionante Rafael

Eduardo Beltrán y García de Leániz  /  Madrid

Contemplar cualquier obra de Rafael siempre es un auténtico placer, y en el caso de la exposición que se puede admirar ahora en el Museo del Prado sobre ese magistral genio de la pintura, titulada "El último Rafael", cualquier elogio que pueda hacer se quedará sin duda pequeño. Por eso, la mejor forma de conocer esta magnífica obra, es observarla in situ, adentrarse en ese fascinante mundo del Renacimiento Italiano, en donde la belleza serena y equilibrada de los personajes plasmados por el maestro Rafael y sus discípulos  Giulio Romano y Gianfrancesco Penni, son la principal seña de identidad.

La muestra recoge la obra de los últimos siete años de la vida del pintor, en plena plenitud artística, y trata de delimitar en cierta manera los trabajos realizados por el maestro y los realizados por sus dos principales ayudantes de su taller, identificando el nivel de participación en las obras de cada uno de ellos. La fase creativa corresponde totalmente a Rafael, mientras que la ejecución de las obras está compartida con sus discípulos, debido a la gran cantidad de trabajo que tenía el maestro. No hay que olvidar que en esa época, Rafael junto a Miguel Ángel, eran los dos grandes pintores del momento, traduciéndose en innumerables encargos tanto por parte del Papado como de particulares. De ahí, la necesidad de Rafael de rodearse de ayudantes para colaborar en la ejecución de tan ingente número de obras.

Dividida en varias áreas temáticas, y en colaboración con el Museo del Louvre, la exposición recoge 74 trabajos, entre pinturas y dibujos, la mayoría inéditos en España. Destacan los cuadros de altar, los retratos y las Sagradas Familias. Mención aparte merece su última obra maestra: "La Transfiguración", cuyo original se encuentra en el Vaticano. La obra que podemos ver en la exposición es una magnífica copia realizada por sus discípulos Giulio Romano y Gianfranceco Penni, perteneciente al Museo del Prado. Esta pintura esta acompañada de un minucioso estudio con los dibujos preparatorios de Rafael, así como un estudio técnico de radiografías y refrectografías, que permiten comprobar cómo funcionaba el taller de Rafael.

Como siempre, quisiera acercarme más detenidamente a algunos de sus cuadros que me llamaron poderosamente la atención. En este sentido, en primer lugar destacaría "El Pasmo de Sicilia", una impresionante y compleja composición sobre el Camino al Calvario, donde la representación de Cristo Caído y de su Madre, uniendo sus miradas, denota la magistral complicidad de la Madre con el Hijo. Realmente sublime.

Por lo que respecta al "Retrato de Baltasar Castiglione", una imagen serena y natural de un íntimo amigo del artista, distinguiría esa armonía de luz y color de la pintura, cuya contemplación produce una sensación de serenidad poco habitual en este tipo de retratos, a veces sobrecargados de afectación. También el dominio del claroscuro en su "Autorretrato con Giulio Romano", en el que se aprecia la especial relación paternofilial con el discípulo.

"La Virgen de la Rosa", "La Perla", "San Miguel grande", "Santa Cecilia",...en fin, podría seguir enumerando obras maestras que sobrecogen con su sola contemplación.

Rafael ha sido uno de los pintores que más influencia ha tenido en la Historia de la Pintura hasta mediados del siglo XIX. Esta exposición es una oportunidad única de adentrarse en un espacio de los sentidos en donde la belleza inigualable entroniza sus dominios. Recomiendo encarecidamente su visita.



Emigrante
Óleo sobre lienzo
1986