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jueves, 19 de diciembre de 2013

¡Feliz Navidad!

Eduardo Beltrán y García de Leániz / Madrid

Un deseo de paz y amor para todos los lectores de mi blog, y que el año 2014 este lleno de esperanzas y alegrías. ¡FELIZ NAVIDAD!








Nacimiento de figuras Ebelgarle


lunes, 16 de diciembre de 2013

El Belén, un milagro en Navidad

Eduardo Beltrán y García de Leániz  /  Almazán

Una de las cosas más bonitas que recuerdo de mi niñez era el tiempo de la Navidad, pues eso significaba la escenificación de una serie de tradiciones entrañables, que convertían  nuestras vidas en un torrente vital de alegrías e ilusiones. Y una de ellas, quizá la más deseada, era la preparación del Belén. Mis hermanos y yo creábamos un auténtico ceremonial alrededor nuestro, dando rienda suelta a una imaginación infantil desbordante llena de ideas y buenas intenciones,  hasta conseguir hacer el Belén más precioso del mundo. ¡Y vaya si lo conseguíamos!


Como el menor de cinco hermanos, al principio no me dejaban mucha mediación, quizá colocar un poco de musgo y alguna que otra figura. En esos primeros años, mi hermano Javier era el encargado de organizar todo el montaje, era el alma mater del grupo, y mis hermanos Fernando y Rafa eran los ayudantes. El ritual de ir al bosque a coger musgo y ramas se transformaba en una verdadera aventura, igual que ir a Madrid con mis padres a comprar alguna figura nueva. Y algo fuera de lo común era ir a buscar "riscos" a las vías de tren de la Estación de la Dehesa. Me explico. En esa época los trenes todavía eran de carbón, y los residuos que quedaban después de la combustión eran arrojados fuera, convertidos en una especie de rocas de formas caprichosas sumamente atrayentes para la construcción del Belén.

Hacer la gruta del Nacimiento era un trabajo real de ingeniería, pues toda ella estaba hecha con riscos apilados y encajados perfectamente unos con otros, sin vigas , ni trabazones de ningún tipo. El efecto tenía que parecer natural y al mismo tiempo ser seguro, pues iba a albergar a la Sagrada Familia. Todavía quedan muchos de ellos en el desván, no ya de gran tamaño, pero que todavía sigo utilizando.

Con los años, fui cogiendo el testigo dejado por mis hermanos, y poner el Belén y el Árbol junto a mi madre se convirtió en un auténtico placer. Cada año tenía que superarme, que si el Portal tenía que ser más grande y especial que el año anterior,  que si iba a poner un pequeño lago con agua natural, que si el camino de los pastores tenía que ser de piedras y tierra,... todo era poco para conseguir mantener esa tradición familiar que mis padres nos habían inculcado.

Desde hace ya bastantes años, los Belenes que suelo poner han visto reducido su tamaño. Me limito solamente al Portal o Nacimiento, con algunos pastores con sus ovejas, quedando en el recuerdo esos belenes grandiosos con todas las figuras. Quizá me he hecho más austero, o quizá la falta de tiempo. Pero esa maravillosa costumbre española no la he perdido a pesar de los momentos consumistas que vivimos, siguiendo el ejemplo de los monjes franciscanos, que fueron los primeros que impulsaron la idea de representar un Belén allá por el siglo XIV.

Y este fin de semana he vuelto a poner  el Belén en Almazán, como todos los años. Es un Nacimiento. Es curioso, mi madre se daba perfecta cuenta de lo que estaba haciendo, cuando después de haber puesto las figuras, y antes de colocar el Niño Jesús, se lo acerqué para que lo viera, ella lo cogió entre sus manos, se lo llevó a los labios y le dio un beso. Después me dijo: "ponlo ya en el Portal, que bonito lo has hecho este año". Unas lágrimas se asomaron a sus ojos ausentes. Me doy cuenta que en su mundo siempre hay momentos que el dolor no puede borrar. Son esos instantes en los que realmente percibes que merece la pena seguir adelante.



















Nacimiento Navidad 2013, Almazán
Fotos tomadas el 15 de diciembre de 2013



viernes, 22 de noviembre de 2013

domingo, 20 de octubre de 2013

La magia de los árboles. Mi futura exposición

Eduardo Beltrán y García de Leániz / Almazán

Es difícil describir la atracción apacible que los árboles han ejercido sobre mí en toda mi existencia. Bien patente queda demostrada su influencia en una gran parte de mi pintura desde mis más remotos comienzos. Pintar árboles es una pasión.  Más que eso, es una necesidad. Esos bosques otoñales cargados de mil colores rojizos y amarillentos, o aquellos otros colmados de un verde exuberante, con sus ramas dirigidas en mil direcciones, esos árboles solitarios elevándose hacia el cielo como en una plegaria, esos troncos huecos centenarios perdidos en la inmensidad, o aquellos otros retorcidos intentando dirigirse a alguna parte, hasta llegar a esos árboles desnudos cuyas siluetas se recortan en el horizonte distante del atardecer... todos han formado parte de mi paleta.


Pintar árboles es un honor. Recorrer con mis pinceles desde sus raíces sobresalientes hundiéndose en la madre tierra, subir por sus tallos leñosos cuajados de ramas que constituyen un auténtico alarde de ingeniería, y llegar a las copas más elevadas, es un verdadero deleite para los sentidos. No puedo prescindir de su presencia benefactora. Por eso los pinto, es imposible dejar de oír su llamada. La pintura es esencialmente un elogio de lo que se pinta.

No voy a hablar de su simbolismo ni de la importancia que para todas las culturas han tenido los árboles. Simplemente decir que sin ellos la Tierra sería algo muy triste y desolador. Su presencia protectora nos acompaña siempre.

Es por ello que mi próxima exposición estará dedicada a estos gigantes, emanadores de energía. En mi estudio empiezan a surgir bocetos y más bocetos, dibujo tras dibujo, perfilando sus elegantes estructuras, haciendo composiciones o simplemente evocando los momentos exactos en que esos árboles llegaron a mi vida. Cuando viajo, sus sugerentes figuras siempre forman parte del objetivo de mi cámara, y nunca faltan mi cuaderno y lapicero para delinear sus contornos más singulares, escogiendo esos modelos que llaman más mi atención.

Será una exposición impregnada de los colores envolventes de la naturaleza.  Los bosques conformaran una gran parte de ella, como asimismo los troncos envejecidos por el paso del tiempo, y por supuesto también los árboles solitarios en donde mi pigmento ocre ebelgarle dará forma a estos seres mágicos. Desde su tímida desnudez, hasta su manto más aristocrático. Sin olvidar la tierra donde se asientan, de una envoltura verde intensa, a la hojarasca pajiza o a la maleza cenicienta. Las diferentes estaciones marcan su ritmo.

Las primeras pinceladas están ya dando forma a esas telas que pacientemente esperan su turno de ser liberadas de su blanquecina tez.  Las ideas abriéndose camino de una forma fluida e inspiradora. Los primeros esbozos tomando cuerpo. El proyecto está en marcha. La obra continua.




El bosque encantado
Óleo sobre lienzo
1992


Paisaje en calma
Óleo sobre lienzo
2005

lunes, 7 de octubre de 2013

Un extenso trayecto recorrido

Eduardo Beltrán y García de Leániz  / Madrid

Los últimos diez años han pasado muy rápido, algo así como la sensación de un tren que pasa a toda velocidad por una estación sin detenerse. Algunos logros, muchas derrotas. Un viaje cargado de decepciones, escondidas entre las brumas constantes de la vida, la cual transcurre buscando las razones de ser, con la impotencia final que produce el delirio de no descubrirlas. A veces, pienso que la vida fluye como un tranquilo manantial, escaso de agua, pero reconfortante, otras, en cambio, la convierten en un mar enfurecido, colmado de agua, pero que lo inunda todo. Una vida, a veces trivial, y a veces única, pero que nunca te deja indiferente, y que te recuerda a cada momento que la fugacidad del tiempo es un hecho irrefutable. Constantemente volvemos los ojos, creo que de una forma inconsciente, e independientemente de la edad, a la fuerza y la juventud de un pasado no muy lejano. Sin embargo,  la conciencia de los límites que nos encierran nos devuelve a lo real rápidamente.

Toda profundización en la realidad requiere un estado de gran tensión psíquica, y también espiritual, algo a lo que nos estamos desacostumbrando, inmersos como estamos en un océano de dudas y crispación constante. Extraviados y en constante pugna por llegar a alguna parte.

Hay determinados periodos de tiempo en nuestra vida que siempre te dejan una huella más honda que otros, aparte de la inmensidad de lo vivido. Aunque hacer una mirada a nuestro pasado puede significar un indicio de decadencia, los primeros síntomas de un envejecimiento prematuro, el cansancio y el hastío de lo insustancial, no creo que esto pueda perjudicar en absoluto mi forma de entender las cosas. Con mi aptitud ausente y pensativa a la vez, he caminado estos años envuelto en un constante conflicto por llegar a alguna parte, y aunque en un principio parece que no lo he conseguido, nada más lejos de la realidad. Hace tiempo leí que el catador de belleza termina por encontrarla en todas partes. Simplemente compartir momentos de tu vida con determinadas personas, muy pocas personas,  te enriquecen de una forma definitiva y esencial. Experiencia y reflexión son dos buenos motivos que te dan sabiduría.

A veces te das cuenta sin querer, que lo que realmente merece la pena está más cerca de lo que pensamos. Y aunque vivimos en una sociedad que se comporta de una forma indiferente a las penas  y las esperanzas de los demás, en donde la intransigencia y la hipocresía ocupan lugares de honor, no por eso debemos dejarnos llevar por la desesperación. Buscar la sensatez en tiempos revueltos es ya una forma genial de hacer algo, alejándose lo más posible de las innumerables formas de ignorancia y egoísmo que nos rodean, así como de la mediocridad, que acampa a sus anchas a nuestro alrededor. Y, si al final, el caos lo inunda todo, lo mejor es empezar de nuevo. Nuestra sociedad necesita grandes dosis de creatividad e imaginación.

Es importante observar antes que juzgar, aunque muchas veces no se lleva a la práctica. Siempre se suele eligir el camino más fácil. A veces de tanto pensar, parece que la memoria me abandona. Envidio a los gatos, ellos siempre saben lo que hay que hacer.

Satisfacción de un camino bien hecho, unas vivencias ganadas y compartidas con el dolor que siempre acompaña  todo nuestro deambular, pero que te hacen crecer y ver que tu misión, tu reto, tu meta, tu ideal, como quieras llamarlo, va inexorablemente unido a nuestro entorno más inmediato, y por ende, a todos los demás.




Camino entre trigos de Castilla
Óleo sobre lienzo
1986



domingo, 15 de septiembre de 2013

Empezando una nueva aventura

Eduardo Beltrán y García de Leániz / Madrid

Después de un corto periodo de asimilación de nuevas ideas y perspectivas, un inédito proyecto empieza a cobrar vida de una manera desbordante en mi estudio. Cambios y más cambios empiezan a conformar un archipiélago de sensaciones diversas que van enmarcando el horizonte cercano.

A veces, un cierto aislamiento reflexivo se impone a una realidad brutal y embaucadora que nos aleja, si no somos conscientes, de la creatividad e imaginación que tiene que marcar cada paso que damos. Y aunque lamentablemente estos tiempos están caracterizados por una mediocridad manifiesta, siempre debemos elegir el camino opuesto, abriéndonos paso hacia nuestros objetivos.

Entrar de lleno en una nueva realidad se está convirtiendo en un deseo apasionante de llegar a una nueva meta, evocadora de otros tiempos,  y de seguro llena de experiencias únicas y enriquecedoras.



Empezando una nueva aventura
Septiembre de 2013



martes, 27 de agosto de 2013

"Almazán en el tiempo", mi última exposición

Eduardo Beltrán y García de Leániz / Madrid

El pasado domingo día 18 de agosto clausuré mi exposición "Almazán en el tiempo". Han sido diez días intensos, que han supuesto un reencuentro con emociones y esencias ya olvidadas, un espacio ignorado durante mucho años y que ahora ha vuelto a cobrar vida con una fuerza inusitada. Vidas que retornan.

Esta exposición ha sido un autentico reto, pues desde que decidí el pasado mes de enero volver a coger los pinceles, la pintura se convirtió en una verdadera obsesión día y noche, intentando plasmar en las telas las ideas que fluían en mi mente. Almazán se convirtió en el modelo cortejado. Los primeros esbozos, los dibujos más cuidados después,  las primeras pinceladas de color, los lienzos casi acabados, han sido mis fieles compañeros durante estos últimos meses.

En un principio tenía proyectadas 35 obras para esta exposición. Al final se quedaron en 27, que completé con cuatro cuadros más que ya tenía pintados. Cinco cuadros, algunos emblemáticos de Almazán, se han quedado a medias, y están esperando a ser terminados en estos días. Entre ellos el Jesús Nazareno de Ebelgarle.

Mi pintura autodidacta se caracteriza por utilizar colores puros, de calidad,  intensos, muy raras veces mezclo los colores, por no decir nunca, me gusta imprimir a mis cuadros de limpieza y sencillez. Los pinceles, finos, finísimos, apenas un imperceptible haz de pelos. Otra particularidad es que nunca termino completamente mis cuadros.

La gran acogida y afluencia de público y critica ha supuesto un acicate importante de motivación, siendo además un encuentro agradable con viejos conocidos y amigos con los que intercambiar impresiones y vivencias. Volver a tus raíces siempre es una decisión acertada. La sala de exposiciones se convirtió en una especie de torre de Babel, donde el arte era el instrumento y el idioma común para la comunicación entre los visitantes, mientras se escuchaba de fondo a Mozart o a Bach.

Por lo que respecta a la sala,  San Vicente es un marco excepcional para acoger una exposición de pintura. Del siglo XII conserva su magnífico ábside decorado a base de arquillos bajo los cuales descansaban mis pinturas, que se extendían enteladas y en caballetes por ambos lados hasta llegar al fondo de la nave.

Para terminar, expresar mis más profundo agradecimiento a Nieves de la Oficina de Turismo, y a Delfín y José Ángel del Ayuntamiento de Almazán, por su ayuda y predisposición. Gracias también a todos aquellos que han creído en este proyecto, especialmente a Juan Diego.























sábado, 10 de agosto de 2013

Por fin, una nueva exposición

Eduardo Beltrán y García de Leániz / Almazán

Hace ya años que no realizaba una exposición de pintura. La última fue en Madrid en 1998. Casi una eternidad. La idea de volver a pintar surgió inesperadamente hace unos meses, y que mejor tema y lugar que elegir a Almazán, la villa que me vio nacer y donde hice la primera exposición allá por el año 1977.


Han sido unos meses duros, llenos de momentos álgidos y otros más amargos. Sentimientos encontrados. Muchas, muchas horas dedicadas a estos lienzos, y muchas horas sin dormir. Pero, al final he llegado.

Dos días intensos montando la exposición, intentando dar un toque diferente al tratarse de un lugar tan especial.

Y ahora, encontrarme aquí, junto a mi obra, inmerso entre los muros de esta magnífica iglesia románica del siglo XII, que emana energía a raudales, es como flotar en un sueño. Un sueño real.

Dos días ya de mi exposición.



Un anticipo de la exposición



lunes, 24 de junio de 2013

Tradición ancestral en Almazán: el Zarrón

Eduardo Beltrán y García de Leániz / Almazán

Nunca deja de sorprender a propios y extraños la repentina visión de unos extraños personajes barbados vestidos de cuero y albarcas, tocados con unos sombreros sembrados de plumas de buitre, y que portan las llamadas "zambombas", las cuales consisten en un bastón del que pende una especie de tralla acabada en un saco de lana prensada con el que aporrean a cualquiera que se acerque a su comitiva. Me refiero a los "Zarrones" de Almazán. Acontecimiento que tiene lugar durante las Fiestas de San Pascual Bailón (un santo del siglo XVI, que antes que fraile franciscano fue pastor) que se celebran los días 17 y 18 de mayo, y cuya Cofradía fue creada en 1816  en Almazán por pastores y ganaderos.

Todo un ritual de origen pastoril, cuyos orígenes parecen incluso entroncar con las propias fiestas lupercales romanas, en donde los "Lupercos" salían por la ciudad azotando con unas cintas de cuero a todo el que se encontraba a su paso, identificándose con un acto de purificación. Aunque existen varias interpretaciones etnológicas  para la figura del Zarrón, particularmente me quedo con la que hace referencia a su función benefactora de defensor de rebaños y pastores en sociedades ganaderas primitivas, derivando, con el paso del tiempo, a esa figura entrañable que hoy conocemos.

Son fiestas en las que el folclore adquiere un gran protagonismo. Durante la procesión del santo, doce parejas de danzantes (antiguamente eran sólo hombres) vestidos con los trajes típicos de la Ribera del Duero bailan con un movimiento lateral durante todo el trayecto  al son de la "Danza del Tío Zarrón", cambiando de castañuelas a palitroques varias veces. Estas danzas de paloteo tienen, sin duda, muchas connotaciones ancestrales, siempre emparentadas con ritos paganos, no sólo en España, sino también en otros muchos países europeos.

En el caso de Almazán, las danzas de paloteo son realmente una auténtica belleza plástica en su ejecución, quedando plenamente de manifiesto la perfecta armonía de los danzantes en unos simples movimientos laterales, siguiendo fielmente el ritmo que marca el "palillero" con una especie de castañuela de madera enorme, y al son de dulzainas y tamboriles.

En todo el recorrido, los zarrones van protegiendo el cortejo, repartiendo zambombazos a diestro y siniestro a todo aquél osado que se atreve a acercarse,  sobre una lluvia de caramelos que es lanzada constantemente para que los asistentes más atrevidos demuestren su destreza en esquivar las zambombas zarroneras.

De todas formas, por mucho que quiera explicarlo, es bastante difícil hacerse una idea real de lo que es esta celebración. La única manera es verla in situ. Puedo asegurar que a nadie dejará indiferente.

Conservar las tradiciones más antiguas de nuestros pueblos y villas, mantener viva la cultura ancestral de estas tierras castellanas, rescatando del olvido costumbres del pasado, es algo que enriquece nuestras vidas y nos da una seña de identidad frente a una sociedad cada vez mas carente de valores culturales y referentes históricos.

En definitiva, una fiesta sumamente interesante que hunde sus raíces en la noche de los tiempos, poseedora de una fuerte carga de simbolismo y ritual, y que además tiene un enorme arraigo popular. Una fiesta que debería ser declarada de Interés Turístico Nacional.

"Tío Zarrón, Tío Maragón, las sopas de leche que ricas que son".



Estos son unos vídeos que tomé el pasado 18 de mayo, donde se puede apreciar las danzas de paloteo y castañuelas:





lunes, 6 de mayo de 2013

Su límpida mirada se apagó para siempre

Eduardo Beltrán y García de Leániz / Madrid

Era una tarde de un mes de abril del 2009, algo más frío y seco de lo normal en estas agrestes tierras adnamantinas, cuando mi padre me dio la noticia de que una gata había parido debajo de un montón de tejas y ladrillos en "la casona", y que tres naricillas se asomaban por los recovecos de ese pesebre improvisado por su actual dueña gatuna.


La noticia me llenó de alegría, pues como buen amante de la estirpe felina, sabía que donde nacen gatos significa que la vida y la energía corre a raudales, y son siempre símbolo de buena suerte. Rápidamente salí de casa, cruce la calle a toda velocidad, bajé infinidad de escalones, y  me introduje de lleno en la lóbrega oscuridad del impresionante sótano-bodega de mi padre, lleno de toda clase de inventos y artilugios de todo tipo; un poco ebrio por el efecto balsámico de los dulces efluvios que allí se respiran, salí de nuevo por otra puerta al mundo exterior, traspasando una zona intermedia de innumerables cachivaches, de ahí pasé por fin a la zona del jardín, y al fondo a la derecha descubrí  cómo unas viejas tejas nunca me habían parecido tan hermosas y útiles.

Escondidos tras su parapeto de barro cocido, los tres cachorros jugaban despreocupados con las briznas de hierba que afloraban entre las rendijas de su escondite. Entre ellos sobresalía uno, blanco inmaculado, de una hechura perfecta y elegante, y ya desde tan pequeño despuntaba bondad, nobleza, simpatía e inteligencia, virtudes éstas que fueron el eje de toda su vida. No tardé en acercarme más, cuando de repente su mirada se cruzó con la mía, y si en un principio se mostró algo esquiva, rápidamente cambio de aptitud, y salió de nuevo a observarme. De ahí surgió una amistad que durará eternamente.

Al instante comprendí que este lugar se convertiría en su hogar. No fue difícil convencer a mi padre para que nunca les faltara nada en mis constantes ausencias, pues en los últimos años, mi vida se ha convertido en un ir y venir permanente entre Madrid y Almazán.

Desde entonces, he visto como crecían, como aparecían todos sus maravillosos instintos felinos, como empezaban a descubrir el mundo que les rodeaba, como me recibían cuando llegaba y como me echaban de menos cuando me iba. Pero, fue aquél blanco impoluto, de ojos verdes claros, serenos, el que me robó totalmente el corazón. Su nombre era Blanquita, nombre soso y poco apropiado para semejante belleza, pero que en  las prisas del primer momento se impuso por su obviedad.

Se convirtió en mi amiga, en mi compañera, en mi mejor aliada. Nunca fui su dueño, pues los gatos no lo tienen, ellos son libres e independientes. Pero, su lealtad hacía mi no tenía fin. Cada vez que me veía, la carrera que se pegaba para llegar hasta mí era digna de los mejores atletas olímpicos. Cuando yo aparecía tras la puerta, todo su mundo se iluminaba, no prestaba la más mínima atención a sus otros congéneres, "pasaba de ellos", ella me consideraba su familia real. Nunca supe comprender bien esto, lo correcto hubiera sido trasladarla a vivir a casa de mis padres. Un gato de esas características no estaba hecho para residir en ese lugar.

Con el tiempo, pasado su primer año, se convirtió en una auténtica belleza de Angora, poseedora de un pelo  largo aterciopelado que dejaba boquiabiertos a las personas que la veían. Tenía una habilidad asombrosa para hacerte sonreír y además, dominaba un tipo de baile distinguido, digno de la más exquisita corte vienesa. Me refiero a un baile que ella me obsequiaba siempre que me veía, que consistía en un movimiento acompasado de sus patas delanteras, subiéndolas y bajándolas como si de un caballo de pura raza española se tratara, todo ello acompañado de una sinfonía celestial de ronroneos, y aderezado con un subir y bajar su cabeza, para terminar acomodándose en mis tobillos. Sencillamente asombroso.

Era como un ángel, todo en ella irradiaba paz y tranquilidad. Daba gusto presenciar sus juegos, sus piruetas, sus increíbles acrobacias en los árboles, siempre sin perder esa elegancia natural que todo gato tiene, y que ella poseía por partida doble. Verla sentada en cualquier parte era la transmisión perfecta de la calma.

Fue la mejor madre. Tuvo tres camadas, y el celo con el que cuidaba a sus hijos era digno de admiración. Solamente a mi me permitía tocar a sus recién nacidos. Le encantaba que pusiera mi mano en su tripita cuando sus cachorros estaban mamando, pues quería que mi olor quedara impregnado en ellos como algo suyo. No en vano, dos de ellos, Horus y Nuca, comparten mi vida.

Estas últimas navidades Blanquita estaba radiante, llena de vida y felicidad. Había llegado a una plenitud majestuosa, cerca ya de cumplir cuatro años. Yo pasaba más tiempo con ella, y ella cada vez llevaba peor que yo me fuera. Estaba pensando en subirla definitivamente a casa, pero siempre posponía esta decisión. Nunca me lo perdonaré.

Un invierno sumamente frío, con muchas heladas, nieve y una lluvia incesante, ha sido el ambiente que la naturaleza nos ha obsequiado este año. Si a ello le sumamos una aparente epidemia de gripe felina por estas tierras, la tragedia puede estar servida. Y aunque estas propiedades de mi padre están cerradas, siempre se cuela algún gato vagabundo por algún sitio, buen sabedor de los tazones de comida que nunca faltan allí. Lo peor fue que contagió a alguno de los gatos allí residentes, aunque, poco a poco, todos se fueron curando.

Al terminar el invierno parecía que todo estaba controlado. Sin embargo, a pesar de todos  mis esfuerzos durante estos gélidos meses por aislar a Blanquita de los demás, al final ella también se contagió a mediados de marzo. En ningún momento dudé que lo superaría, como el resto, pues ella era la más fuerte y sana de todos. La desgracia fue que, además de esa semilla nociva, Blanquita era también portadora de otra semilla muy diferente, ¡la de la vida!. Blanquita estaba preñada.

Desde entonces y hasta finales de abril, las fuerzas le fueron fallando. El catarro había ya remitido, pero, tanto las secuelas de éste, como la vida que latía en su interior le habían producido un debilitamiento físico general, que al final no pudo superar.

En mi última visita a Almazán, mi preocupación  se acrecentó, pues estaba realmente frágil, pero la esperanza siempre se abre camino en lo más profundo de nuestro ser. Me negaba a admitir que no se fuera a recuperar. Volví a Madrid. Las llamadas de mi hermano me alertaron, llevaba dos días sin verla. Regresé rápidamente,  pues me temía lo peor. Tenía que encontrarla aunque tuviese que remover hasta los cimientos de ese lugar.

Era una mañana fría, triste, cuando accedí al recinto ajardinado para buscarla. El corazón se me aceleró cuando la vi tumbada en el mismo sitio de siempre. Estaba allí esperándome. Ella ya sabía que yo venía, y casi moribunda salió de su cobijo para encontrarse conmigo y despedirse. Un gesto más de su nobleza. Con los ojos llenos de lágrimas la cogí en brazos, la envolví en una manta y me la llevé a casa. Le lavé los ojos, la puse en el coche y la llevamos urgentemente a un veterinario de Soria. Es un viaje de apenas quince minutos, pero a mí se me hizo eterno.

El diagnóstico fue desolador. Estaba muy mal, su corazón latía débilmente. El veterinario me dio dos opciones. La primera, de pura lógica, la descarté rápidamente. Y me aferré de forma rotunda a la segunda, a la que atisbaba un resquicio de esperanza. Un tratamiento antibiótico, y a esperar.

No llegó a casa. En el camino de vuelta a Almazán, su débil corazón se paró definitivamente. Su último estertor llegó poco después de que yo la acariciara. Parecía que estaba dormida, sus ojos claros me miraban, me resistía a crear que había muerto, e intentaba reanimarla cogiendo sus patitas. Nada, de repente todo se convirtió en nieve a mi alrededor.

 Blanquita había muerto.

Cavé su tumba a los pies del abeto en el que ella solía tumbarse en las horas más calurosas del verano, y no lejos de aquel escondite de tejas que la vio nacer. El sol salió tímidamente aquél día. Era un fatídico 26 de abril. Aún caliente, sin  que la rigidez de la muerte hubiera hecho mella en él, deposité su cuerpecito en la tumba, y la cubrí de tierra. Algunos pajarillos cantaban en la copa del árbol. La energía emanaba en abundancia en ese lugar. Eran las dos de la tarde.

Bajo la imagen protectora de ese imponente abeto, con sus largas ramas arropando su tumba, dejé descansar su sueño de eternidad a Blanquita. Regresé a casa. Y la desolación se apoderó de mi.

Justo una semana después volví. Su tumba estaba cubierta de cristalinas gotas de rocío. Se respiraba paz y tranquilidad. Ya se había marchado. Le plante un rosal del color de su alma y le encendí unos palillos de incienso. Ahora descansa en paz.

"Siempre mantendré viva tu presencia".





Blanquita
Enero del 2013








miércoles, 1 de mayo de 2013

El Musée d'Orsay en Madrid

Eduardo Beltrán y García de Leaniz / Madrid

No encuentro calificativo idóneo para describir la doble exhibición que ha organizado la Fundación Mapfre en Madrid. Me refiero a las exposiciones "Impresionistas y postimpresionistas" y "Luces de Bohemia". La primera reúne setenta y ocho obras maestras del Musée d'Orsay, representantes de la última época del impresionismo y el comienzo del postimpresionismo, de la cual comentaré en esta ocasión. En cuanto a la segunda, pretende establecer cierto parecido entre la bohemia gitana y la bohemia artística. En definitiva, un auténtico baño de arte en pleno centro de Madrid. 


La exposición "Impresionistas y postimpresionistas. El nacimiento del arte moderno" nos sumerge primeramente  en el inigualable mundo del cambio pictórico que supuso  la aparición en escena del movimiento impresionista, que acabó drásticamente con la forma de pintar y entender la pintura que existía hasta ese momento. Asimismo, significó también un cambio radical en la forma de interpretar el mundo, mirándolo de una manera diferente. Tan solo celebraron ocho exposiciones conjuntas como grupo, entre 1874 y 1886, año este último que puso de relieve sus diferencias y su crisis, evidenciándose la aparición de un nuevo movimiento innovador al que se llamó postimpresionismo, cuyos principales artífices son Cézanne, Van Goth y Gauguin.


Adentrándonos en la exposición, el magnetismo de las primeras obras expuestas de MonetDegas y Renoir es totalmente cautivador. Contemplar "Efecto de viento. Serie de los álamos" o "Estanque de nenúfares" de Claude Monet, "Las bañistas" o "Muchachas al piano" de Auguste Renoir, o "Bailarinas subiendo una escalera" de Edgar Degas, te transportan a una forma diferente de entender las cosas, a una estética exquisita de expresar el arte. Mención aparte las obras de Paul Cézanne, nexo de unión entre el impresionismo y el postimpresionismo, y que sería el padre de las primeras vanguardias, destacando entre las obras presentadas, "Bodegón con cebollas" y "Manzanas y naranjas".

Y llegar al espacio ocupado por las obras de Van Goth es como entrar en el paraíso. No puedo negar que Vincent Van Goth es mi pintor favorito, siempre lo ha sido. La intensa búsqueda pictórica de este genial pintor neerlandés está íntimamente ligada a su atormentada vida personal. La muestra recoge seis maravillosos trabajos del autor, incluido uno de sus 27 autorretratos. Las obras coinciden con su llegada a París y su estancia en Arlés, donde empezará a utilizar los colores intensos, como esas maravillosas "Coronas imperiales en un jarrón de cobre", flores cargadas de pigmentos, y que serían prolegómeno de lo que vendría después, con sus girasoles y sus lirios. 

En las salas contiguas, grandes trabajos de Toulouse-Lautrec, gran retratista de Montmartre, entre los que destacaría "Mujer con guantes" y "La payasa Cha-U-Kao";  de Paul Gauguin, en su etapa de Pont-Aven, con un magnífico lienzo "Campesinas bretonas"; y de Émile Bernard destacaría su obra "Bretonas con sombrillas".

Representantes del neoimpresionismo, con obras puntillistas, distinguiría a Camille Pisarro con su bellisima obra "Campesina haciéndo fuego", y  a Paul Signac con "El palacio de los Papas"

Finaliza el recorrido con una magnifica representación de la pintura nabis, movimiento que lleva a cabo una auténtica revolución estética, donde lo decorativo adquiere una gran importancia. Destacaría "El talismán", de Paul Sérusier"Bajo la lámpara" de Pierre Bonnard, y "Las musas" de Maurice Denis.

Contemplar estas obras maestras del Musée d'Orsay en Madrid es un autentico privilegio. Felicitar a la Fundación Mapfre y al Musée d'Orsay por tan excelente despliegue de arte. 





En el paseo
Cera sobre papel
1979




lunes, 25 de febrero de 2013

Las lágrimas de Nuca

Eduardo Beltrán y García de Leániz / Madrid


Dicen que los gatos no tienen lágrimas, excepto en alguna ocasión cuando están enfermos. Puedo dar fe de que esto no es cierto. Últimamente, cada vez que me voy el fin de semana fuera de Madrid, Nuca no lo soporta, y antes de cerrar la puerta de casa, a esta increíble criatura se le empiezan a asomar ese liquido divino que sólo ella es capaz de derramar por mi ausencia.

Puede que sea algo insólito, pero la verdad, es algo tan conmovedor que a veces resulta doloroso separarme de ella. Nuca me está demostrando que mi ausencia le importa mucho, aunque solamente sean tres o cuatro días sin verme. No puede soportar que tantos momentos junta a ella se paralicen constantemente en su vida. El tiempo que le dedico no es suficiente, ella necesita mi compañía diaria, mis juegos continuos con ella, los mimos que le ofrezco, y  en esos momentos en que ella está dormitando, sabe que yo estoy cerca, velando por su bienestar, y sueña feliz y segura. 

Ahora que estoy pintando nuevos cuadros, suele venir cerca de mi caballete, y como sabe que estoy ocupado, se suele tumbar en una silla cercana a la mía, observando primero el trasiego de los pinceles y las pinturas, para entregarse poco a poco en los brazos de Morfeo, sabedora ella que su compañero está atareado intentando crear obras de arte, pero siempre con sus orejitas atentas a cualquier movimiento extraño que yo pueda hacer. Los gatos nunca duermen como nosotros entendemos el sueño, aunque con los ojos cerrados, están siempre atentos a todo lo que ocurre a su alrededor.

Nuca sabe que soy su salvador, se ha portado siempre con nobleza y agradecimiento, es sabedora del profundo amor que le dedico, y me lo devuelve infinitamente acrecentado. Su fino olfato felino le dice que entre mis brazos ella puede dormir tranquila y contenta, y que en un rato me entregaré a sus juegos y mimoseos constantes que tanto le gustan.

Tiene que compartir el espacio con otros dos congéneres de su especie, pero esto nunca ha supuesto un impedimento para ella, más al contrario, trata de mediar entre ellos para que haya paz. Nuca es un felino inteligente y tranquilo que lo único que desea es que mi presencia lo inunde todo. Todo su mundo gira alrededor de mi. Por eso no entiende mis continuas ausencias. 

Sabe que mi ojito derecho es Boira, pero no es envidiosa, ni egoísta. Entiende perfectamente que Boira es especial, pues la crié a biberón desde que tenía cinco días, y está siempre pegada a mí, marcando territorio, pues Boira me considera de su propiedad, y no admite intrusiones en este sentimiento intenso. También está Horus, el travieso de la casa, que tampoco puede vivir sin mis atenciones. Pero, al final, los tres forman una especie de simbiosis perfecta de caracteres diferentes que dan vida y felicidad al espacio que compartimos.

Ellos saben que son privilegiados, son gatos muy inteligentes y civilizados, de los que muchos humanos debían tomar ejemplo. Aún así, siempre conservan ese instinto innato de cualquier felino que se precie, es decir, su indomable carácter que los hace inigualablemente enigmáticos. Ellos me dan mucho más de lo que yo les doy a ellos.

 Nuca es una gata amable, cariñosa, atenta, y aunque un poco gordita, es una auténtica belleza. Nada en ella  es sinónimo de ingratitud, incluso cuando ha tenido que visitar al veterinario se comporta como una autentica profesional de la dulzura. A todo el mundo deja encandilado. Por eso, cuando la veo llorar al marcharme, algo en mi corazón se marchita, para volver a florecer cuando, a mi vuelta, al abrir la puerta de casa viene corriendo a recibirme "desmayándose" a mi paso.

Este es un pequeño homenaje a esta preciosidad, pero que extiendo a todos esos gatos que comparten la vida de tantos millones de personas en el mundo, y muy especialmente todos esos gatos, que sin hogar, siguen alegrando nuestras vidas. Tener un gato en casa alarga la vida de las personas. Y esto es una realidad.




Nuca

sábado, 9 de febrero de 2013

Las Tablas de Almazán

Eduardo Beltrán y García de Leániz / Madrid

En ocasiones, el  imprevisto hallazgo de algo que te hipnotiza completamente, y que te hace sentir emociones intensas (como sólo la contemplación de una obra de arte puede hacer), es motivo más que suficiente para dedicarle unas lineas.

En este sentido, centrándome en mi último viaje a Soria, para visitar Numancia y el Museo Numantino, tuve la agradable sorpresa de descubrir en una de las salas de este museo, especialmente habilitada para ello, una exquisita  obra de la pintura gótica. Me refiero al llamado "Tríptico de Almazán", atribuido al genial maestro de la pintura primitiva flamenca Hans Memling (1440-1494).

Saborear sus detalles, detenerme en la observación de sus pinceladas, descubrir la delicadeza de algunos rasgos, encontrar trazos apenas visibles,... me hicieron sentir un auténtico privilegiado, y más, sabiendo que esta obra procedía de Almazán, cuyo Ayuntamiento es el propietario, y que en un futuro próximo se expondrá en su emplazamiento definitivo, una sala habilitada en el Palacio de los Hurtado de Mendoza de Almazán.

Lo que se conserva de este magnífico trabajo pictórico son las dos alas que cerraban lo que en su día fue un tríptico, faltando su parte central, hoy desaparecida. Son de madera de roble, pintadas al óleo y doradas. En el ala derecha está representada Santa Isabel de Hungría y en la izquierda San Pedro Apostol. En la parte exterior, o sea cuando el tríptico está cerrado, lo que se observa son las figuras franciscanas de San Francisco de Asís en el batiente izquierdo, y San Bernardino de Siena en el derecho.

El Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Simancas, es el que ha llevado a cabo la restauración, además de un estudio multidisciplinar y de conservación de la pintura, así como un exhaustivo examen de  investigación que ha utilizado técnicas de análisis como la reflectografía o la fluorescencia de rayos x, que han sacado a la luz detalles propios de la pintura de Memling. Entre estos, destacar la pincelada de determinados rasgos anatómicos, como los pies, las manos y las pupilas de los personajes.

Es realmente una delicia observar la representación de Santa Isabel de Hungría, vistiendo el hábito franciscano debajo de la capa y sosteniendo en su brazo izquierdo la túnica de San Francisco, dentro de un espacio interior, con un suelo de mosaicos y grandes ventanales de arcos que se abren a un horizonte donde de pueden apreciar en la lejanía a dos personajes, uno de ellos una religiosa, en un edificio de construcción tipicamente flamenca, y que podría tratarse de un convento o algo parecido.  En el caso de San Pedro, el interior muestra los mismos mosaicos y arcadas, mientras que el horizonte está formado por un paisaje montañoso, y se representaría como fundador de la Iglesia de Roma.

En cuanto a su ubicación en Almazán, las tesis históricas nos llevan directamente a la época de los Reyes Católicos, y a sus continuas estancias en esta villa, entre 1474 y 1498, residiendo junto a su Corte en el Palacio de Antonio Hurtado de Mendoza. En primer lugar, lo que está claro, es que el estudio de los materiales y las técnicas utilizadas permiten ratificar, sin lugar a dudas, que es una obra de importación realizada en los talleres de Flandes, los cuales contaban en esa época con importantes encargos de los Reinos Hispanos. Esta obra está datada hacia 1480.Y en segundo lugar, Hans Memling fue uno de los pintores favoritos de Isabel la Católica, que unido al hecho de la especial adhesión de la reina a la observancia franciscana, parece más que evidente su procedencia.

Es curioso el hecho de que hace apenas unos meses estuviera visitando esta zona de Flandes. Me refiero a la maravillosa ciudad de Brujas (Bruges), donde Memling vivió desde 1465 hasta su muerte en 1494, y donde pintó la mayoría de sus obras. Y es en esta ciudad donde se encuentra el Museo Memling, ubicado dentro del Sint-Janhospitaal, uno de los museos más bonitos que he visto en mi vida. Aquí se exponen 5 de las más exquisitas obras de este genial pintor. Entre ellas el "Tríptico de San Juan Evangelista y San Juan el Bautista"(1474-1479), pintura que su sola contemplación te deja absorto. Guardando las distancias, se pueden observar ciertas similitudes con el estilo del "Tríptico de Almazán".

En definitiva, una auténtico descubrimiento para los amantes del arte, y para todas aquellas personas que saben emocionarse ante determinadas percepciones. Y mi enhorabuena al Ayuntamiento de Almazán, por hacer posible esta exposición, y su ubicación permanente en la villa, para que todo el mundo pueda apreciarla.











Portada del catálogo de la exposición en el Museo Numantino de Soria



Interior del catalogo con la recreación de una ficticia tabla central






martes, 22 de enero de 2013

Numancia, destino de héroes invictos

Eduardo Beltrán y García de Leániz / Madrid

Como buen soriano y conocedor de las grandes gestas que han llevado a cabo los habitantes de estas agrestes y duras tierras de la meseta castellana, no podía dejar de conocer uno de los lugares más emblemáticos, no solo de Castilla, sino de toda España, y por ende de Europa. Me refiero a Numancia, la legendaria población celtíbera que mantuvo en jaque al Imperio Romano en el siglo II a.C. Basta pronunciar su nombre para que suenen evocaciones gloriosas y heroicas de un pueblo que se opuso tenazmente a perder su libertad. Un pueblo que desde entonces entró en la leyenda universal.

Durante siglos, Numancia ha sido el punto de referencia para los pueblos que han luchado incansablemente por su independencia y su libertad.

Esta pequeña y modesta ciudad celtíbera asentada en el corazón de Iberia, fue la capital de los arévacos. Era el momento de gran esplendor de la República de Roma, que se había convertido en la principal potencia del Mediterráneo, y la provincia de Hispania fue la que más problemas causó al impresionante poderío militar romano. El sitio a Numancia constituyó un auténtico hito que forjó uno de los rasgos más característicos de lo hispano: el amor a la libertad y el sacrificio personal por la defensa de una causa justa, como asimismo la lucha contra la injusticia.

Han sido varias las veces que he visitado estas ruinas heroicas en el pasado. Hace unos días las volví a visitar, en pleno invierno soriano, que en estas Altas Tierras se manifiesta en toda su crudeza. No obstante, los caprichos del tiempo nos dieron una tregua, y nos obsequió con un día soleado y claro, lo que nos permitió deleitarnos con las impresionantes vistas desde el extenso Cerro de la Muela, donde se asienta Numancia. Maravilloso fue observar el Moncayo, el pico más alto del Sistema Ibérico, que con sus 2.324 metros de altitud conserva nieves casi todo el año, y que fue montaña sagrada de los celtíberos.

Las personas que hayan visitado este enclave estratégico podrán dar fe de la situación excepcional que los arévacos vieron en este lugar para construir su ciudad. Desde este promontorio se divisa una amplia llanura, atravesada por el río Duero, y nuestra vista se pierde a kilómetros de distancia.

Comentaré brevemente algunos aspectos históricos para así intentar comprender mejor el valor de este yacimiento. Después de 20 años de continuos ataques y asedios por parte de Roma, cuyos cónsules y ejércitos fueron vencidos humillantemente una y otra vez  por los numantinos, en el año 134 a. C. el Senado romano tiene que enviar a Publio Cornelio Escipión Emiliano, quien con un ejército de 60.000 hombres puso sitio a Numancia, que contaba en ese momento con un ejército de sólo 4.000 soldados. Tuvieron que pasar 15 meses más para que la ciudad cayera, victima del hambre y las enfermedades, siendo éste el peor castigo para el honor de un soldado celtíbero: no poder morir en el campo de batalla.

La táctica de Escipión no consistió en luchar y atacar la ciudad (en vista de las sucesivas y vergonzosas derrotas anteriores), sino que le puso un cerco brutal, fortificándolo con siete campamentos en los cerros que rodean la ciudad, unidos por un muro de 3 metros de alto, 2,4 de ancho y  9 kilómetros de perímetro, con fosos y empalizadas, y levantando torres por todas las partes, a unos treinta metros unas de otras. Escipión no quiso enfrentarse al ejército numantino, su intención era cortar todo tipo de suministro a la ciudad, condenando a sus habitantes a morir de hambre y sed. A pesar de intentar romper el cerco varias veces, los numantinos no lo consiguieron.  Y aquí se cierra uno de los actos más sobrecogedores de Numancia, y que la convirtió en todo un símbolo.

Este orgulloso pueblo celtíbero, famoso por sus bravos guerreros, que hicieron temblar a Roma y arrodillarse a sus temibles legiones ante ellos,  prefirió inmolarse en la pira de su ciudad por ellos incendiada, antes que rendirse y perder su libertad. Prefirieron quitarse la vida ellos mismos a la rendición. La muerte antes que la esclavitud. No fueron vencidos por Roma, sino por el hambre. Ambon, Leucon, Litennon, Megara y Retógenes, nombres de jefes numantinos, entraron para siempre en la gloria.

Los propios escritores e historiadores romanos, impresionados por esta gesta, expresaron su admiración por este pueblo ibérico, y llevaron a la exaltación sus actos de heroísmo. Citaré a Polibio, Ptolomeo, Plinio el Viejo, Tito Livio, Estrabón, Tácito, Apiano, Rutilio Rufo, Floro,Dión Casio, Petronio, Valerio Máximo,... entre muchos otros.

Haciendo un paréntesis narrativo, me gustaría puntualizar que en mi opinión es curioso que sean los franceses precisamente los que saquen una historia en cómics de una aldea gala invencible  que nunca existió, y que tuvieran además una pócima secreta. Me viene ahora a la memoria la famosa bebida de los celtíberos de Numancia, la caelia, una especie de cerveza hecha a base de cereales fermentados que tomaban los numantinos en rituales o para prepararse para la guerra. Demasiadas coincidencias, ¿no?. Que cada uno saque sus conclusiones.

Por lo que respecta a la ciudad, arquitectonicamente hablando, los visitantes podemos contemplar en la actualidad una amplia superficie excavada, unas 6 hectáreas, que comprende 19 calles y 20 manzanas. Es interesante comprobar  in situ que la ciudad estaba perfectamente planificada para evitar las inclemencias de los crudos inviernos con el fuerte y frío viento del norte. Así, el trazado de las calles es quebrado en las intersecciones, para cortar el viento y que este choque continuamente con pared. La ciudad estaba protegida por una potente muralla de  hasta 6 metros de alto y 4 de ancho, con cuatro puertas de entrada, que coincidían con los cuatro puntos cardinales. Además tenía varias torres defensivas. Este lienzo amurallado se adaptaba excelentemente a las características estratégicas que ofrecía el terreno.

En cuanto a las viviendas, el yacimiento ofrece la reconstrucción de dos casas, una celtibérica y otra de la época romana, que muestran como era la vida cotidiana de sus habitantes en esos momentos. También podemos observar aljibes o depósitos de agua de lluvia, algunos con escaleras, tanto dentro de los patios de las casas particulares, como en zonas públicas.

Con la caída de Numancia, en el año 133 a.C., la ciudad apenas volvió a ser habitada hasta casi un siglo después, en época de Augusto, recuperando su aspecto urbano. Esta nueva ciudad se construyó sobre las ruinas de la ciudad celtibérica, para poco a poco empezar a despoblarse con la caída del Imperio Romano.

Con el paso de los siglos la memoria de Numancia cayó en el olvido, sumergiéndose en el sueño de los tiempos. Hasta el siglo XVIII no se supo ubicar exactamente su emplazamiento. Y así permaneció dormida, hasta que en el año 1903 el arqueólogo alemán Adolf Schulten comenzó las excavaciones arqueológicas, delimitando el plano de la ciudad y los campamentos romanos que la sitiaron, sacando a la luz los espectros dormidos de aquellos numantinos gloriosos que dieron su vida por la libertad.

En definitiva, un auténtico recorrido de leyenda, que marca la gran epopeya de un pueblo auténtico, celoso de sus costumbres, de sus valores, de sus creencias y de sus tierras, estas Tierras Altas del Duero, que tantas veces han dado a la historia momentos memorables.

Visitar este enclave estratégico es un auténtico placer, que abre nuestra imaginación hacia un mundo legendario. Y para complementar este viaje, es obligado ver el magnífico Museo Numantino de Soria, un museo que recoge la historia de la provincia, con restos importantes desde el Paleolítico Inferior, pero deteniéndose especialmente en la cultura celtibérica, con muchas piezas procedentes de los yacimientos de Numancia, destacando una espléndida y exclusiva colección de cerámicas pintadas numantinas.



Yacimiento Celtíbero de Nmancia. Soria
Tomada el 4 de enero de 2013


Yacimiento Celtíbero de Numancia. Soria
Tomada el 4 de enero de 2013


Yacimiento Celtíbero de Numancia. Soria
Tomada el 4 de enero de 2013


Yacimiento Celtíbero de Numancia. Soria
Tomada el 4 de enero de 2013


"La caída de Numancia" (1881), de Alejo Vera. Diputación Provincial de Soria
Tomada el 4 de enero de 2013