A veces me pregunto cuanta cantidad de veneno puede soportar mi cuerpo para conseguir un bien, pues la quimio provoca muchos daños en el organismo, es un remedio que puede sanar y matar al mismo tiempo.
Fue ya una cirugía sumamente agresiva, pero lo que no me esperaba es que fuese a necesitar quimio y radio. Cuando me lo dijeron no me inmuté. Yo ya sabía que este era un camino de esperanzas y peligros, y que para vencer hay que utilizar toda la artillería a nuestro alcance, aunque esto signifique tener que soportar los efectos devastadores del fármaco.
Es una etapa difícil. Cuando te enfrentas a un estado como este en el que te estas jugando tu propia vida, desde el primer momento no dejas de aprender, es como una experiencia extrema, enfrentándote a lo que realmente eres. Y sobre todo es un momento de priorizar lo fundamental, tu tiempo, tus afectos.
La idea principal de este escrito es compartirlo con tantas personas que sufren de lo mismo, intentar superarlo, seguir hacia adelante sin vacilaciones, hablar sin miedo, dar la cara.Y la verdad, cuando llego al hospital por la mañana temprano un día a la semana, y llega la hora de sentarme en el sillón, me quedo totalmente admirado contemplando los semblantes de todas esas personas alrededor mío que comparten el mismo sufrimiento, y no veo el más mínimo sentimiento de tristeza, ni de dolor, ni atisbo de desesperación, están tranquilos, escuchando música, o leyendo, o con su portátil, o dormitando... como si estuvieran en cualquier sala de espera de un aeropuerto esperando la hora de su vuelo para iniciar un viaje.
En estas salas donde te ponen los ciclos de la quimio la gente entra en silencio, sin temor, sin vacilaciones, enfrentándose con la mas absoluta normalidad a su venenoso y curativo tratamiento. La primera vez fue realmente impactante. Por supuesto no esperaba encontrar a todos esos pacientes llorando su infortunio por las esquinas, pero tampoco descubrir la paz y tranquilidad que allí se respira. Otra cosa muy distinta es lo que puedan sentir cuando vuelven a sus casas, y se enfrentan en soledad a su padecimiento. Pues el cáncer transforma a las personas, y eso es algo que tienen que entender los que nos rodean.
Tengo la suerte de tener a mi alrededor grandes valedores y grandes apoyos que me transmiten una energía y una fuerza sin igual. Como mi amiga australiana Judith, que cuando me escribe un email me deja totalmente sin palabras, mismamente el email que me escribió anoche es todo un compendio de sabiduría, amor y sinceridad, dándome consejos inteligentes y acertados, algo propio sólo de las grandes mujeres. También mi gran amiga sueca Anna Lena, que con sus constantes llamadas telefónicas me hace sentir fuerte, transmitiéndome siempre su calor, su fuerza y su cariño incondicional. O mi amiga Nieves de Almazán, que siempre me sorprende con sus sentidos emails llenos de bondad, ánimo y esperanza. Y que decir de mi amiga Esther, que viene a casa a hacerme sanaciones, con las cuales siento una paz infinita.También mi amigo Isidoro de Londres, que no para de llamarme continuamente para expresarme su solidaridad y su fortaleza. Las llamadas constantes de Mireya y su optimismo contagioso. Y de Juan Diego no hay adjetivos suficientes para calificarlo. Y tantos otros...
Yes, Judith, you are right when you say: “I feel there is much more for you left to do in this life that you cannot leave us so soon”.
En mi estudio la semana pasada, empezando de nuevo a pintar.