Eduardo Beltrán y García de Leániz / Madrid
Vivimos días convulsos saturados de referencias intransigentes y consignas inflexibles que denotan una falta profunda de toda una serie de valores que deberían estar presentes entre el conjunto de personas que poblamos este planeta. Quizá sean fruto de esta depresión asoladora que nos está arrastrando hacia lo más oscuro de nuestro ser, y que devasta hasta la más mínima gota de esperanza. Lo llaman crisis.
Aunque de vez en cuando surgen movimientos, que aunque programados y organizados hasta el extremo por las instituciones y autoridades, no dejan sin embargo de sorprendernos por su total espontaneidad y jovialidad contagiosa que hace que una ciudad como Madrid se convierta en una torre de Babel llena de colorido, buenas vibraciones y hagan de la tolerancia y el respeto su norma de conducta.
Me refiero a la llegada masiva de jóvenes de todo el orbe para participar en la JMJ. Realmente sorprende que en una sociedad agresiva como la nuestra en la que apenas nadie se preocupa por nadie, que pasamos de largo ante las miserias de los demás, que un materialismo desgarrador ocupa el centro de nuestras vidas, llegue un grupo de jóvenes que con su sola presencia y un alto sentido de compromiso haga tambalearse estos cimientos grotescos y egoístas que ensucian nuestra realidad.
Independientemente de nuestras ideas religiosas, políticas o culturales, cada cual debe saber valorar la aportación de esta juventud que no ha venido a pedir nada, sino solo a compartir unas jornadas mundiales junto a su referente espiritual al cual respetan y apoyan, y a dar testimonio de sus creencias más profundas en un mundo falto de apoyos honestos y solidarios.
Han dado ejemplo de tolerancia, respeto, sensibilidad y entendimiento con quien no piensa como ellos. Armados de un carácter pacífico y dialogante han sabido hacer frente a posturas más sectarias de nuestra comunidad, afrontando además una semana de actos diarios multitudinarios en los que la extrema climatología ha puesto a prueba a muchos de ellos y sin embargo han salido airosos y fortalecidos. Es increíble la simpatía, la energía y la vitalidad de la que han hecho gala durante todo el tiempo que han formado parte del pulso diario de esta ciudad de Madrid.
Siempre es necesario contar con posturas que llenen de esperanza el frágil equilibrio que a veces nos envuelve y mejore el clima de entendimiento entre todos. Por eso, gracias por esa bocanada de aire fresco que nos habéis traído.
Cesta con flores
Primavera 1998