Eduardo Beltrán y García de Leániz / Madrid
El impacto que está teniendo la macrófaga demanda humana sobre el medio ambiente y su inagotable sed de recursos naturales, potenciada por un imparable crecimiento demográfico y un desarrollo tecnológico sin precedentes, está llevando al agotamiento más absoluto de todos los ecosistemas de nuestro planeta.
Los escasos planes de protección sobre el medio natural establecidos en las varias cumbres y convenios mundiales que se han venido sucediendo desde 1972, no son suficientes para proteger el frágil equilibrio medioambiental, con lo que podemos estar hablando de un auténtico colapso ecológico sin precedentes. Las agresiones depredadoras del ser humano acabaran pasándonos factura si no se toman medidas urgentes.
Todos estamos ya muy familiarizados con el uso de una nueva terminología asociada a este contexto: calentamiento global, biodiversidad, energías renovables, desarrollo sostenible, ecología, cambio climático, comercio justo, contaminación, desertificación, agujero de la capa de ozono...Son expresiones que denotan la constante preocupación por un tema que nos inquieta y nos mantiene en un constante estado de alarma.
Es claro que el cambio climático, el incesante crecimiento demográfico y el progresivo aumento de residuos en la actualidad, irán deteriorando la situación mundial. Y uno de los principales problemas que se plantea es el agua. Recordar que el 97,5 % del agua de la Tierra es salada; el resto es agua dulce, de la que el 70 % es hielo, repartido en ambos casquetes polares. Con lo cual, el porcentaje de agua dulce que nos queda es sumamente pequeño. Si a esto unimos el deterioro de los acuíferos y los humedales en todo el planeta, y el vertido y contaminación brutal de nuestros lagos y ríos, el resultado será desastroso para la humanidad. La crisis mundial que se avecina tiene un protagonista: el agua.
El modelo de crecimiento económico que tenemos es ya prácticamente insostenible. Hay que hayar fórmulas encaminadas a proteger y renovar los recursos naturales, procurando fijar medidas importantes de protección del medio ambiente. Se necesita impulsar un desarrollo sostenible. Todo ello tiene que ir acompañado de una serie de medidas políticas, económicas y sociales, que permita a los pueblos desarrollarse plenamente dentro de un respeto y equilibrio con el entorno natural en que vivimos.
Hace ya 20 años, en la Cumbre de la Tierra de 1992 de Río de Janeiro, se acordó adoptar un enfoque que asegurara el desarrollo económico y social al mismo tiempo que se protegía el medio ambiente. Se establecieron varios compromisos, al igual que en la siguiente Cumbre de la Tierra de 2002 en Johannesburgo, cuyo principal programa se basaba en el desarrollo sostenible. Pero, yo me pregunto, ¿qué se ha hecho desde entonces? ¿hasta qué punto han sido satisfactorias esas políticas encaminadas a superar la creciente pobreza y la constante degradación ambiental? Es evidente que no han sido suficientes.
En este sentido, el rápido desarrollo de los países emergentes lleva emparejada al mismo tiempo una alta tasa de contaminación. La concentración de partículas de dióxido de azufre y dióxido de nitrógeno procedentes de industrias, tubos de escape y centrales eléctricas, están alcanzado niveles muy peligrosos. Las ciudades más contaminadas del mundo están en la India, Pakistán, Mongolia y Perú. Reducir la contaminación del aire evitaría la muerte prematura de muchas personas al año.
En cuanto al agua, en estos países emergentes, la falta de tratamiento de las aguas residuales, el aumento de la contaminación por los vertidos industriales y la sobreexplotación de los recursos hídricos esta llevando al límite a este recurso esencial ya de por sí escaso. Se calcula que más de dos millones de toneladas de basuras y desperdicios acaban en los ríos cada día.
En espera de la próxima Cumbre de la Tierra sobre Desarrollo Sostenible en junio del 2012 en Río de Janeiro, donde se intentará encontrar soluciones para los problemas económicos, sociales y mediambientales, sería conveniente mentalizarnos sobre la contribución que nosotros, como personas particulares, podemos hacer para mejorar el medio ambiente. Reciclar es un buen comienzo. Plásticos, vidrios y papel son materiales que no deberían caer en un contenedor equivocado. Una sola bolsa de plástico puede tardar más de 300 años en degradarse, con el consiguiente peligro para fauna y flora. Por ello, la guerra al uso de bolsas de plástico tiene que ser total.
Otra manera de contribuir sería potenciando el turismo sostenible. Yo soy totalmente partidario del mismo, ya que genera ingresos y empleo para la población local y al mismo tiempo respeta el medio ambiente. En España ya son muchas las personas que lo practican, existiendo una gran oferta vacacional que se extiende prácticamente a todas las comunidades. Algún día escribiré sobre este tema.
No quisiera terminar sin dejar de entrever un ligero atisbo de esperanza para nuestro planeta, y aunque la situación es muy crítica, espero que la cordura impregne la mente de nuestros gobernantes.
Sequía
Óleo sobre lienzo
1986