Escapando de los rigores del verano madrileño, tomamos rumbo en dirección norte, y atravesando la orografía más antigua de la Península Ibérica, constituida por la Meseta Central, llegamos a un lugar donde parece que el tiempo se ha detenido de golpe, ofreciéndonos un espectacular deleite para unos sentidos ya de por si atrofiados por una vivencia urbanita que venimos arrastrando como un lastre. Encontrarse en plena naturaleza virgen, donde el silencio sólo se rompe por el trinar de las innumerables aves y el canto de las cigarras, y algún balido que otro de algún rebaño cercano de ovejas, es por sí solo un bálsamo para nuestras vidas agobiadas. Y qué decir de los aromas que nos ofrendan estos montes: tomillo, espliego y salvia.
La llegada al cañón, a través de un sendero franqueado de sabinas, pinos y encinas, nos sorprende por la visión en una pradera de un enclave románico tardío de principios del siglo XIII, la ermita de San Bartolomé, con un gran simbolismo, la cual formada parte de un cenobio de los templarios del que sólo se conserva la capilla. Este hecho nos agita la imaginación de inmediato, recordando los innumerables misterios que la Orden del Temple nos ha dejado sin descubrir hasta su extinción definitiva con su último Gran Maestre, Jacques de Molay, en 1314.
Esta ermita se integra perfectamente con la naturaleza, su planta es de cruz latina y posee un sobrio ábside con pilastras de columnas y arcos de medio punto. También tiene algún elemento gótico. Y me gustaría destacar como elemento arquitectónico el óculo hastial o rosetón, compuesto por una estrella de cinco puntas que da lugar a un pentágono entrecruzado por cinco corazones, todo ello dentro de un círculo. ¿Connotaciones esotéricas? Y qué decir de esos dos troncos de olmos centenarios que casi enmarcan el ábside.
Los enormes farallones de calizas mesozoicas que surcan ambos lados del río, fruto de la erosión constante de la fuerza del agua, dejan al descubierto enormes cuevas, grutas y simas, teñidas de colores óxidos rojizos que dan la sensación de ser gigantescos colosos durmientes sobre una fronda verdosa.
Adentrándonos ya en el cañón, dejando a un lado la Cueva Mayor (en cuyas paredes se pueden apreciar inscripciones neolíticas), siguiendo el curso del Lobos, cuyas aguas están pobladas de nenúfares y eneas, lo más llamativo es la escasa cantidad de agua que lleva el río. Cabe recordar que en esta época del año, el río suele tener tramos secos debido a la escasez de lluvias en verano. Pero, no así deja de tener esas maravillosas pozas de agua cristalina cuajadas de flores de nenúfares, entre las cuales se pasean infinidad de pececillos y las ranas sestean al sol, y que invitan a una recreación sensorial y a un descanso en sus orillas bajo la sombra fiel de alisos, sauces y chopos. Descansar en estos remansos de paz es todo un placer.
Hay varias rutas que se pueden seguir, nosotros tomamos el sendero que llega hasta el Puente de los Siete Ojos, y que está a 14 kilómetros, divisando en todo momento las altas cornisas escarpadas del cañón. Las rocas, las montañas y los árboles son elementos mágicos que siempre han ejercido una gran atracción para mí. Con lo cual, la seducción está asegurada.
Y otro de los grandes alicientes de este paraje, es que en todo momento están volando sobre nuestras cabezas decenas de buitres leonados y alimoches, cuyos nidos pueblan estos roquedales. No tuvimos tanta suerte divisando águilas, halcones y azores, que también habitan en este entorno. La fauna, la flora y la geología de este lugar se unen en una perfecta armonía para cautivarnos totalmente.
Al fin, llegamos a nuestro destino, el Puente de los Siete Ojos, y la vuelta de otros 14 kilómetros no se hizo nada pesada, más al contrario, conseguimos disfrutar todavía más de estos recónditos paisajes, deteniéndonos a refrescarnos en los innumerables tramos del río revoloteados por multitud de mariposas y libélulas, y contemplando con mayor detenimiento los enebros, esos árboles-arbustos con una madera aromática y cuyas bayas se utilizan desde tiempos inmemoriales para remediar no pocos males.
Nuestra última parada fue subir a las imponentes terrazas del cañón, desde donde se puede apreciar una magnifica panorámica de los inicios del cañón, ya al atardecer. Y la sensación fue de plenitud completa.
El Parque Natural del Cañón del Río Lobos, una explosión de paz y quietud que alimenta nuestra alma y enriquece nuestra vida. Si vivimos caminando dormidos, aquí lograremos despertarnos.
Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012
Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012
Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012
Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012
Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012
Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012
Cañón del Río Lobos. Soria
Tomada el 13 de agosto del 2012