Eduardo Beltrán y García de Leániz / Madrid
Hace unas semanas alguien me escribió un comentario en mi cuenta de Facebook acerca de una foto que publiqué, y en la que yo aparecía pintando en mi estudio. Me resultó bastante chocante el mencionado comentario, ya que en cierta manera era una crítica a la pulcritud y orden que reinaba en mi estudio, pues según entendí, no parecía el estudio de un pintor al uso, es decir, pintura derramada por todos los lados, pinceles por el suelo, trapos sucios en los rincones,... en fin, caos y desorden.
El caso es que me quedé pensativo. ¿Es que todos los pintores tienen que estar cortados por el mismo patrón, cumplir los mismos estereotipos y adaptarse a ideas preestablecidas? Por supuesto que no. Y en mi caso todavía menos.
Me esmero en estar rodeado de orden y armonía en el lugar donde trabajo y paso tantas horas. Y puedo asegurar que me cuesta bastante llegar a ese nivel de organización. No me gusta el desorden, por muy bonito y auténtico que pueda quedar en una foto. No necesito demostrar nada, simplemente que mi forma de pintar es diferente.
Aunque esto no significa que en momentos de creatividad, de flujo de ideas, cierto desorden y dejadez puede imperar a mi alrededor debido a la inmediatez de esa situación. Algo puntual, que procuro solucionar en breve, pues no me siento cómodo rodeado de descuido.
La creatividad es un compendio de muchos factores,y esto incluye por supuesto el entorno. Imprimir carácter a una pintura tiene mucho que ver con la aptitud y cierta disciplina, que inevitablemente tiene sus consecuencias en el acabado final de una obra de arte.
Hoy, en mi estudio